sábado, 12 de enero de 2013

Fantasmas y regalos


Después de una media hora has conseguido aparcar el coche. Vas a la máquina tragaperras de la zona azul y te sale de premio que no te devuelven cambio. Piensas por lo bajo lo mismo que todo el mundo que tiene que aparcar de lunes a viernes y sábados por la mañana: "Putos ladrones".

La cosa no queda ahí, porque a los cinco segundos aparece de la nada y con un medio trote más que digno te encuentras de frente con un gorrilla. Es el clásico gorrilla, de los de siempre. Sin afeitar, una parte de abajo de chándal que le sienta como un tiro y una camisa antigua y descolorida. Su "buenas tardes" viene a ser una exigencia. A mí me suena a "dame dinero que ni siquiera te he ayudado a aparcar y ya has pagado la zona azul, pero chaval así es la vida, así que suelta el euro que para eso vine corriendo". A todo eso me ha sonado el buenos días. En circunstancias normales lo daría como el 95% de la gente por miedo a que algo le ocurriera al coche. 

Pero hay algo con lo que no ha contado el del chándal. Ha mirado mi coche y luego mi cara, lo ha entendido. Lo bueno de tener cosas discretas (o como es el caso, una puta mierda de coche) es que pierdes el miedo a que te roben, se te estropee, se pierdan... Supongo que por eso dicen que las posesiones es una forma de esclavitud.

Celebro mi victoria mientras veo alejarse al gorrilla con el mismo trote persiguiendo más víctimas. Me infunde una mezcla de pena y vergüenza. Se puede pintar con bonitas palabras como toxicómano auxiliar de aparcamiento con apéndice de vidrio Cruzcampo, pero lo cierto y es que, aunque la mayoría miramos hacia otro lado, son piltrafas humanas que se arrastran por las calles mezclando mendicidad con intimidación. A la gente les da asco y nadie hace nada y nadie dice nada. 

Son los fantasmas de nuestra ciudad, fantasmas de carne y hueso a los que nadie quiere ver. Lo peor son sus ojos. Tienen dos globos oculares como los de cualquier otra persona, más o menos estropeados o rojizos. Aparentemente son normales, pero conforme los miras reparas en una cosa tan simple que te asusta darte cuenta: no tienen mirada. Sabes que algún la tuvieron pero se perdió. Sabes que algún día miraron con amor a alguien y ese alguien les devolvió la mirada, quizá miraron con orgullo, con altivez, y miraron con ansia, con ganas de vivir. Ahora ya no miran, son ojos vacíos de contenido. 

Si alguna hablas con alguno de ellos, te encuentras con conversaciones sorprendentemente coherentes salpicadas de retazos de locura. Tienen un sentido común y una filosofía adaptadas a sí mismos. Y a veces encuentras a alguno realmente inteligente que te habla, con mayor o menor dosis de realismo, de lo buen profesor que era o lo guapa que era su mujer. Siempre te repiten la misma frase: "Estudia, hijo, estudia" 

Luego se despiden y se van arrastrándose, demasiado rápido, contonéandose patéticamente en busca de financiación para el suicidio más lento y doloroso, para llenar sus pupilas. Pupilas llenas y miradas vacías en unos ojos que parecen acostumbrados.

Me doy cuenta de que he llegado a mi destino pensando en gorrillas y tampoco estoy demasiado de humor. Entro en la tienda, elijo el producto y tras una media hora de codazos recibidos, chillidos y carreras ajenas consigo alcanzar el mostrador. Pago, me lo embolsan y me voy. Navidad, Navidad. La verdad es que estoy hasta los cojones del día de hoy. Quiero dejar atrás toda esta marabunta, llegar a casa, fumarme un cervezón y beberme un cigarro. En mi cabeza comienzo a estructurar un discurso épico sobre el consumismo que me tiene que acompañar de camino al coche, mi propia voz mental comienza a escucharse a sí misma, hasta que lo ví y lo oí.

Por la acera de la calle, justo delante mía una pareja original. La madre y el niño que se me llegaba como a la altura de la rodilla. Por la acera contraria pasaba el típico beduino del día 5 de enero. Justo en ese momento el niño mira a la acera contraria, con una cara de ilusión, con una mirada limpia, auténtica mientras le gritaba a su madre eufórico: "¡¡Mamá mira Baltasar,ya han llegado los Reyes!!".


Fue lo único que pude ver. Y ya me salió un Navidad, Navidad distinto. Y me fui para el coche y no hubo discurso consumista. Sólo pude pensar en bajito que los fantasmas un día también tuvieron esa mirada, y a lo mejor también confundieron a un beduino con Baltasar. Y que ojalá ese niño siga el consejo de algún gorrilla sabio y no tenga que renunciar nunca a su mirada.

1 comentario:

  1. Sin palabras...un saludo desde Gran Canaria y mis más sinceras felicitaciones. Sigue así.

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