Nadie me contestó a la pregunta. Mis potenciales interlocutores era un grupo de parroquianos reunidos en tertulia dominguera, disfrutando del sol invernal que a veces se asoma a la terraza del bar de Paco, calentando a los habituales y tratando de hacer lo mismo con sus cervezas. Pero esa partida la ganan ellos siempre, guerreros curtidos en ese arte.
"¿Cuándo llegó el Doctor Velasco al barrio?" Lo intento una vez más, mirándoles a los ojos, implorándoles una respuesta. Por fin, olvidan sus rubias por un instante y me miran. Soy capaz de leer el desprecio en sus ojos y trato de verme a través de ellos.
Saben que no soy del barrio, no saben quién es mi madre o mi vecino. O con quien comparto almohada. Desconfían y la libreta abierta y el bolígrafo atento creo que no ayudan. Decido cerrar el bloc de notas y devolver al cinto la espada. Parece que tiene un efecto mágico entre el conjunto de caras morenas que me escrutan.
"Nadie lo sabe". Ha hablado primero un señor que exhibe con total impudicia una barriga que nada tiene que envidiar a la del señor que nos brinda en un plano bidimensional desde su botellín de cerveza.
"Un día apareció y otro desapareció", esa voz viene de otra mesa. Me giro a buscar el origen de esa voz, y parece que no sólo es de otra mesa si no de otra galaxia. Se me empiezan a pasar por la mente todos los poemas y metáforas que me sé: "ángel caído del cielo" es la que ocupa mi mente mientras soy interpelado por la persona que ya he decidido que será mi musa para los próximos trescientos millones de poemas.
Carraspeo y con la voz más masculina de mi registro le pido con educación que repita la pregunta mientras me sonrojo ligeramente. "¿Quién pregunta por el Doctor Velasco?". Me resulta curioso la manera de hablar que tiene, incluso la manera de moverse. Parece irreal pero al mismo tiempo todo es auténtico. Antes de empezar a parecer imbécil me presento de manera atropellada, me siento en la silla que me ofrece y pido dos cafés a la camarera. Todo en uno. Le ofrezco tabaco y lo rechaza con una ligera inclinación de cabeza. Y entonces comenzó a contarme la historia del Doctor Velasco.
"El Doctor Velasco era bajito y muy delgado, como una espiga seca que pudiera quebrarse en cuanto el viento apretara. Tenía el pelo negro y liso sobre la frente y dos ojos turquesas que parecían canicas.
En realidad se llamaba Ángel pero comenzó a referirse a sí mismo como el Doctor Velasco y todo el mundo acabó por llamarlo así. Hasta consiguió una bata blanca cerca de un contenedor del hospital que paseaba con orgullo y limpiaba diariamente en la fuente. Nunca supe su edad, pero no parecía sobrepasar los trece años.
El Doctor Velasco veía a las personas. Quiero decir que las veía de verdad, tal como eran . No veía cuerpos si no lo que llevaban dentro. Les llamaba cebollas sin capas. Y decía que las capas eran muy parecidas las unas a las otras. Que siempre eran miedos, distintos miedos, pero al fin y al cabo miedos. Hablaba sobre disfraces y máscaras, sobre parches e ilusiones ópticas. A veces se entristecía y decía en voz bajita, tan bajita que casi no se podía oír que ojalá las cebollas tiraran sus capas.
Al principio el barrio lo miró con recelo, evitando su presencia. Algunos incluso le insultaban por la calle. Luego se acostumbraron y empezaron a acudir a él, primero a cuentagotas y luego en masa, para que les escuchara.
No sabía de etiquetas ni clasificaciones, no sabía de posiciones sociales, ni de dinero, no sabía de orgullos ni opiniones ajenas. Cuando le hablaban del "qué dirán", él respondía "probablemente, lo que quieran". No entendía el significado de apariencia ni el de disimulo.
Lo que sí veía era a payasos y cómicos vestidos de gente muy seria, a los más pobres conduciendo coches de lujo, a esclavos frenéticos exhibiendo tarjetas en mostradores, veía a ricos compartiendo bocadillos bajo un puente, veía a gente sola en medio de muchedumbres, a héroes de pantuflas y heroínas de rulos. Y también me vió a mí. Pero esa ya es mi historia.
Y, sin más, desapareció. Cuando se había vuelto imprescindible para todos. Cuando a todos les hubo creado la necesidad de no ocultarse, de sentirse libres, se fue.
Y tan natural como su llegada y su venida, descubrimos que no nos hacía falta."
Ha dejado de hablar, y ahora reparo en lo que antes había intuido. Ahora entiendo lo del brillo en los ojos y lo de parecer de otro mundo. La sencillez, tranquilidad y serenidad con la que me habla. Creo que le da exactamente igual lo que yo pueda pensar de ella. Es libre de no tener que causar más impresión que la que causa ella misma, sin trucos, sin artificios ni tapaderas. Y vaya si la causa.
Vaya paradoja. Causar sensación por no pretender causarla. Siempre pensé que hay miles de tipos de esclavitud y que sólo los más inteligentes eligen cuál es la suya. Pero tengo sentada enfrente a la prueba de que estoy equivocado y de que no soy inteligente.
Esto es todo lo que pude averiguar sobre el Doctor que no estudió Medicina, que vestía una bata blanca por debajo de dos canicas turquesas y que veía a las personas que potencialmente somos y que no mostramos por miedos absurdos. Esta es la extraña historia del Doctor Velasco.